La nueva Blanca Nieves de Disney es perfectamente adecuada, aunque la escena en la que la heroína aparece junto a Alexandria Ocasio-Cortez coreando “sin justicia no hay paz” me hizo dudar por un instante. Sí, se ha dicho que esta nueva versión de acción en vivo de su largometraje de animación de 1937 es woke, pero al final el impacto de la lucha de Blanca Nieves por la liberación resulta mínimo. Ella sigue sonriendo y cantando, silbando y trabajando, rechazando el mal y rescatando a siete solteros sin experiencia. Es cierto, Blanca Nieves ya no canta sobre un príncipe, pero el final feliz se lo sigue llevando la heteronormatividad. ¡Viva!
Si de algún modo te has perdido de la más exasperante de las controversias bobas que han rondado la más reciente versión de Disney, bien por ti y por tener mejores cosas que hacer. Es —y ha sido— un espectáculo desalentadoramente habitual de intolerancia y tonterías sin sentido, en el que los peores comentarios han girado en torno al hecho de que se haya dado el papel a la joven actriz latina Rachel Zegler (Amor sin barreras), a quien los trolls no consideraban suficientemente pálida para interpretar el papel principal. Por supuesto, la de 1937 es animada y tampoco se ve blanca como la nieve, porque la gente no es así a menos que tenga la cara pintada.
Por supuesto, las críticas a Disney no son nada nuevo, y vienen tanto de críticos de cine como de expertos de ambos lados del espectro político. Aladdín (1992), de Disney, abrió las puertas a una nueva era de diversidad entre las princesas con una chica de la realeza árabe llamada Jasmín, pero la película en sí fue un fracaso en términos de la representación. Los críticos destrozaron algunas de sus imágenes, así como letras de las canciones, que se eliminaron de ediciones posteriores de la película. A medida que Disney ampliaba su plantilla de princesas, siguió generando elogios y críticas tanto por evitar como, a veces, por reforzar los estereotipos, incluso en La princesa y el sapo (2009), que presentó a su primera princesa negra.
La Blanca Nieves de la nueva película no está marcada por nada más que por la dulzura y el arrojo. Como sus predecesoras, cumple con los requisitos básicos de toda princesa: un patrimonio real, una madre muerta, una madrastra asesina y un pretendiente que a veces irrumpe en escena montado en un caballo blanco. Como en la cinta original —el primer largometraje animado del estudio—, esta Blanca Nieves es hija de un rey y una reina que rápidamente son hechos a un lado. La Reina Malvada (como la llaman), interpretada por Gal Gadot con menos animación que la clásica realeza de caricatura, le habla a un espejo y no le gusta lo que oye. A partir de ahí, le hace la vida imposible a Blanca Nieves, quien sigue teniendo suficiente ánimo para cantar mientras trapea.
Zegler tiene suficiente encanto y potencia pulmonar para sostener el centro de esta película recargada y sobreproducida, con su mezcla de canciones viejas memorables y canciones nuevas olvidables. Dirigida por Marc Webb y escrita por Erin Cressida Wilson, la Blanca Nieves 2.0 desempolva la versión de Disney del cuento de los hermanos Grimm, la moderniza con empoderamiento femenino y le añade un poco de insurrección al estilo de Los Miserables. Curiosamente, mientras que el príncipe de la primera película solo aparece cerca del principio y el final, la Blanca Nieves de Zegler tiene que lidiar más directamente con su insípido galán, presumiblemente para rellenar la historia. Es el sonriente Jonathan (Andrew Burnap), que ha sido degradado a plebeyo y lidera una alegre banda de ladrones que bailan y cantan.
Una de las cosas más sorprendentes de la película de 1937 es que, como sugiere el título Blanca Nieves y los siete enanos, la historia en gran medida se enfoca en su relación con los siete mineros. Unas simpáticas criaturas guían a Blanca Nieves hasta la cabaña de cuento de los mineros, donde ella se afana en limpiar y cocinar para Doc, Estornudón y los demás. En efecto, antes de poder ser feliz para siempre, sigue practicando las habilidades domésticas que perfeccionó con su madrastra para convertirse en madre-esposa de un grupo de compañeros masculinos poco amenazadores. Poco después de que el Doc original dice que busquen a todas las cocineras y niñeras, la antigua Blanca Nieves asume alegremente esos papeles. La nueva, no tanto.
Eso ya es un avance, supongo, aunque también es cierto que las nuevas versiones de Disney a menudo traen consigo nuevos problemas. Esto es especialmente cierto en el caso de los enanos, cuyos cuerpos fueron creados con una combinación de captura de la actuación, marionetas e imágenes generadas por computadora, utilizando actores para ponerles voz. Los resultados no son precisamente de cuento de hadas. Las líneas delicadas y fluidas del estilo de animación de la película original suavizaban todos los bordes con un efecto hermoso y hacían que hasta los momentos potencialmente terroríficos resultaran atractivos para los niños. Por el contrario, el espeluznante aspecto fotorrealista de la nueva versión enfatiza cada línea áspera y cada nariz tumescente y bulbosa; extrañamente, Gruñón (con voz de Martin Klebba) parece un Dermot Mulroney andrajoso y muy enojado.
En un ensayo relacionado con la infeliz versión de acción en vivo de Aladdín de Disney de 2019, la crítica Aisha Harris escribió en The New York Times que “los mensajes progresistas metidos con calzador solo traen más atención hacia la crudeza inherente del actual ejercicio de nostalgia lucradora de Disney”. Eso era cierto entonces y sigue siéndolo en el caso de Blanca Nieves, que no es lo bastante buena como para admirarla ni lo bastante mala como para acabársela a críticas; su mediocridad es una de sus mayores decepciones. Eso no es sorpresa. La mayoría de los remakes de acción en vivo de Disney han sido poco satisfactorios, lo que hace aún más frustrante su explotación formulista de sus archivos y de nuestros recuerdos. Dado que la Blanca Nieves de Zegler es capaz de trazar su propio destino, parecería que ha llegado el momento de liberarla del país de los cuentos de hadas y su carga para que pueda descubrir la verdadera soberanía.
Blanca Nieves
Clasificada PG. Duración: 1 hora 49 minutos. En cines.
Manohla Dargis es la crítica de cine principal del Times. Más de Manohla Dargis